La almendra, fruto del árbol mediterráneo almendro (Prunus dulcis), ha crecido en alcance y relevancia tanto en el plano agronómico como en el cultural. No sólo se cultiva —y consume— en todo el mundo; su nombre se ha hecho eco también en las redes sociales a través de un fenómeno singular: la figura de la “madre almendra”, o “almond mom”.

La escala del cultivo del almendro es impresionante. Se estima que hay unas 2.357.073 hectáreas dedicadas a este cultivo a nivel mundial. España destaca con cerca del 33 % de la superficie mundial, seguida por EE.UU. con el 21 %, Túnez 12 % y Marruecos 9 %. Igualmente, aunque España domina en área cultivada, en productividad y volumen bruto de producción sobresale el modelo estadounidense: la producción mundial supera los 1,9 millones de toneladas de pepita, con EE.UU. como principal actor con aproximadamente el 83 % del total global. Por su parte, España contribuye con alrededor del 6,7 %.

El consumo también revela que EE.UU. lidera con un 22 % del consumo global, seguido por India con 10 %, España con 6,9 % y China y Alemania con aproximadamente un 5 % cada una. Este dinamismo productivo y de mercado convierte a la almendra en un cultivo estratégico tanto para la economía agraria como para la industria alimentaria.

En España, además, se pronostica un crecimiento de la producción de almendras —en cáscara e industrializadas— con estimaciones que apuntan hacia cifras récord para la campaña 2025/26: se prevé una producción en cáscara de 467.521 toneladas, lo que supondría un aumento del 24 % respecto al año anterior. Esta expansión refuerza la posición del país no sólo como gran área de cultivo sino como actor relevante en el comercio mundial de frutos secos.

En pleno auge del cultivo, surge un giro inesperado del término almendra hacia lo sociocultural: la expresión “almond mom” se ha hecho viral en redes como Instagram y TikTok, y describe a un tipo específico de madre que, sin maldad aparente, reproduce un patrón de comportamiento vinculado con la cultura de la dieta, la obsesión por el peso y la restricción alimentaria. Según el diccionario Merriam-Webster, una almond mom es “una madre que impone hábitos alimenticios poco saludables y expectativas perniciosas sobre el peso y la imagen corporal a sus hijos, especialmente hijas”.

El origen del meme/etiqueta se rastrea, por ejemplo, hasta un fragmento de programa de televisión en el que Yolanda Hadid, madre de Gigi Hadid, le dice a su hija que sólo se coma “un par de almendras” cuando la joven le comenta que se siente débil por el hambre. Este clip se viralizó y sirvió de punto de partida para que varias generaciones identificaran la dinámica de dieta estricta y control alimentario en el hogar.

Los expertos en nutrición y salud mental señalan que estas conductas pueden legitimar indirectamente trastornos alimentarios, dado que modelan una voz interna de crítica, restricción o control que muchas hijas reproducen. La psicoterapeuta Maya Feller advierte que cuando la figura materna está muy influida por la “cultura de la dieta”, el riesgo de que las hijas desarrollen conductas similares se incrementa.

¿Qué relación tienen estos dos mundos aparentemente tan distintos —el agrario y el de comportamiento parental? Más de la que podría parecer a primera vista. En ambos casos, la almendra se convierte en símbolo. En el plano agronómico, representa una apuesta estratégica: cultivo en expansión, valuado en productos saludables, exportaciones crecientes, diversificación de mercados y retos climáticos tales como riego, heladas y zonas de secano. En el plano social, el término “almendra” (como en almond mom) se convierte en metáfora de restricción, de “lo poco que me como”, de “esto es suficiente” y se vincula con una alimentación vigilada, cuantificada y ordenada.

Para un país como España, que lidera en superficie y que está inmerso en modernizar su producción (plantaciones de alta densidad, sistemas de riego mejorados), el reto no es sólo técnico o comercial: también lo es cultural. Porque, así como se promueve el consumo del fruto —por sus beneficios nutricionales, por su valor exportador, por su contribución al empleo y al territorio— también conviene promover una relación saludable con la comida, libre de rigidez excesiva, de culto al cuerpo, de dietas permanentes y de reglas no dichas que perduran en el tiempo.

Al final, la historia de la almendra tiene dos caras que conviene contemplar: una es la del árbol, del fruto, de la hectárea y del tonelaje. La otra es la de la mesa, de la madre, del hijo, de la costumbre, de la actitud. La primera nos habla de economía, mercado, tecnología agraria y geografía. La segunda, de mente, de cuerpo, de herencia, de cultura.

Y en ese doble plano, la almendra —tan mediterránea, tan global— nos recuerda que la nutrición no es sólo cuestión de kilos, toneladas o exportaciones: también es cuestión de valores, de cómo comemos, de qué transmitimos y de cómo entendemos la alimentación y su papel en nuestras vidas. ¿Qué queremos que llegue a nuestros hijos? ¿Qué relación construimos con la comida? ¿Qué símbolo está detrás del fruto que cultivamos?