Desde tiempos del Imperio Romano, el aceite de oliva español ha sido protagonista en la historia comercial y cultural de las Islas Británicas. Estrabón ya citaba en el siglo I d.C. la calidad excepcional del aceite de Turdetania (actual Andalucía), que cruzaba Europa en ánforas hasta abastecer Roma y los campamentos británicos: ¡el monte Testuccio de la capital italiana se formó con los restos de 25 millones de ánforas!. En el siglo II d.C., la presencia del aceite hispalense en Inglaterra era tan relevante que se exportaban toneladas solo desde el Puerto de Sevilla, cuyos registros muestran la continuidad de esta relación comercial durante siglos, incluso tras el tratado anglo-castellano de 1254 y durante las guerras, alianzas y regulaciones de los siglos posteriores.
Durante la Edad Media y la Edad Moderna, el aceite de oliva no solo fue alimento, fuente de energía y luz, sino también materia prima estratégica para la fabricación de jabón y el lavado de lanas. Ingleses, flamencos, franceses y genoveses rivalizaban por controlar las rutas comerciales andaluzas y exportar el preciado oro líquido para satisfacer las pujantes industrias textiles y domésticas del norte europeo. El aumento del olivar en Jaén, Córdoba y Sevilla fue paralelo al crecimiento de la exportación, reforzado por la demanda de aceites “de buen olor, color y sabor”, como exigían los compradores británicos.
Pero la relación no queda ahí: el aceite de oliva español se convirtió en protagonista de la higiene y el lujo cortesano inglés gracias al jabón de Castilla, elaborado con aceite y cenizas vegetales. Este producto arrasó en la Inglaterra del siglo XIII tras la llegada de la reina Leonor de Castilla, esposa de Eduardo I, quien introdujo el jabón en la corte y lo popularizó entre la nobleza británica. Su calidad y refinamiento generaron tal demanda que los comerciantes españoles lograron mantener el monopolio incluso en tiempos de guerra civil y conflictos religiosos. El “jabón papista” estuvo asociado a la monarquía y al catolicismo y fue objeto de campañas de eliminación bajo Oliver Cromwell, aunque su prestigio nunca desapareció, llegando a nuestros días como sinónimo de cosmética ecológica y limpieza de calidad superior.
En paralelo, el aceite de oliva español ha sido el elegido para la unción de reyes y reinas británicos durante sus coronaciones: una tradición milenaria donde el aceite representa la legitimidad divina y la conexión mediterránea del ritual real. Documentos y testimonios actuales confirman que el producto que ha tocado las cabezas de monarcas y ha lubricado la modernidad industrial inglesa sigue siendo español, especialmente andaluz.
La historia de este vínculo no está exenta de episodios decisivos: por ejemplo, la derrota inglesa en la batalla de Bouvines (1214), que desembocó en la debilidad política de Juan I y la posterior firma de la Carta Magna, antepasada de las libertades modernas, tiene como telón de fondo una Inglaterra muy dependiente del comercio internacional y, entre otros productos, del aceite exportado desde Andalucía.
En definitiva, el aceite de oliva español, protagonista en la economía, higiene y tradición real británica, ha unido durante más de dos mil años los destinos de España y el Reino Unido. Su legado sigue vivo en la gastronomía, la cosmética y las ceremonias, y continúa siendo símbolo de excelencia e intercambio internacional.
