Los gladiadores eran luchadores armados que se enfrentaban a otros como ellos o incluso con fieras salvajes para dar espectáculo en la Roma Antigua. Aunque la mayor parte de ellos eran esclavos o criminales, también había hombres libres que elegían ganarse la vida como gladiadores.

Los gladiadores tenían una dieta vegetariana alta en proteínas. Su alimentación era básicamente aceite de oliva, cebada, judías y frutos secos. Además de ser parte importante en su estricta dieta, se untaban aceite de oliva para cuidar su piel, destacar sus cuerpos y resultar más rápidos y resbaladizos. Era una vida llena de riesgos pero en la que las ganancias podían ser muy lucrativas.

Muchos de ellos llegaban a convertirse en auténticos ídolos de la gente y ganaron tanto dinero que pudieron comprar su libertad y ser ciudadanos romanos. Aunque se han documentado casos de rechazo a dicha libertad, ya no sabían hacer otra cosa tras llevar mucho tiempo luchando en la arena.

Algunos de los mejores gladiadores luchaban apenas tres o cuatro veces al año y ganaban más dinero que un legionario romano en batallas durante un año; Por su gran fama conseguían recibir favores de mujeres y de nobles que les pagan cuantiosas sumas por acudir a sus fiestas. Incluso se les llegaba a atribuir poderes mágicos; se decía que su sangre curaba la epilepsia.

En Hispania encontramos, gracias al historiador Tito Livio, uno de los relatos más antiguos sobre el origen de los combates de gladiadores, este hecho se produjo durante la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.). Había gran reconocimiento a los «Gladiadores Hispanos».