El rey Nabucodonosor II, mandó construir los jardines colgantes en la antigua ciudad de Babilonia, a orillas del río Éufrates, próximo a la torre de Babel, como ofrenda de amor hacia su esposa Amytis, para que recordara las hermosas montañas de su florida tierra.

Según una investigadora de la Universidad de Oxford, la ubicación y el promotor de los jardines, no sería como tradicionalmente se ha creído, ya que se piensa que fue mandado construir por el Rey asirio Seraquerib hacia el 600 a.C. en la capital de su reino, Nínive, situado en una extensa llanura en la zona de confluencia entre el Río Tigris y el rio Khosr, próxima a la actual Mosul.

Pese a que no sería la misma ubicación, si coincidiría el motivo de su construcción, una muestra de amor hacia su esposa, la reina consorte, para que entre las llanuras desérticas del bajo relieve de Nínive, pudiera recordar las hermosas montañas de su florida tierra.

Nínive ocupaba una posición estratégica en las rutas del Mar Mediterráneo y el  Mar Indico, lo que la convirtió en una de las ciudades más importantes de la Antigüedad. Gracias a ello, los jardines pudieron gozar de una gran diversidad de especies vegetales cultivadas en sus terrazas y arcos de donde se suspenderían.

Aunque el jardín estaba diseñado para evocar el recuerdo de la tierra florida de la reina, también se cultivaba en él especies frutales como perales, higueras, membrillos, cocoteros, palmeras datileras, vides y almendros, recolectadas para abastecer a la corte de palacio.

Dado el enclave en el que estaba situado el jardín, la influencia y la riqueza que poseía gracias a su estratégica ubicación, no podía faltar el cultivo del olivo, que representaba el verdadero símbolo de amor y prosperidad entre el rey y su amada. Ambos apreciaban de tal manera al olivo, que el oro líquido que se extraía de sus frutos, lo utilizaban como muestra de agradecimiento en todas las transacciones comerciales que se realizaban en la corte para que se perpetuara la prosperidad del reino.

Por lo tanto se ratifica la figura del olivo como símbolo de amor, hospitalidad, riqueza y bienestar, manifestando así, una vez más, su omnipresencia y vinculación constante con la humanidad.