Vincent van Gogh pintó por lo menos 18 pinturas de olivos, durante su estancia en Saint-Rémy-de-Provence, desde 1889 a 1890, poco antes de su muerte.

Durante toda su vida estuvo ligado al mundo espiritual, hijo de un pastor religioso y entusiasmado con seguir la senda de su padre, y con la naturaleza y trabajos en el campo, los cuales experimentó a edad temprana y en unos buenos años de su vida.

No es de extrañar, por tanto, que en su último año de vida, tratara de encontrar paz, tanto terrenal como espiritual, fijándose en la unión de la naturaleza y el hombre, como siempre había buscado, y pintando a los árboles sagrados de los que terminó enamorándose, tanto de su porte como de sus frutos, la aceituna de mesa, cuya recolección dejó en sus fabulosos cuadros retratada, como del aceite de oliva, que aliviaba su espíritu a través de su ingesta.

Como a Jesucristo en Getsemaní, Vincent van Gogh buscó su último refugio en los campos de olivos.

A Theo, su querido hermano, escribió: «No voy a pintar un Cristo en el huerto de los olivos, pero voy a pintar la recolección de la aceituna como uno podría verlo hoy, y dando a la figura humana su lugar en ella”.

Van Gogh encontró respiro y alivio en la interacción con la naturaleza. Cuando se hizo la serie de pinturas de olivo en 1889 fue objeto de la enfermedad y la agitación emocional, sin embargo, las pinturas se consideran dentro de sus mejores obras.

Una pintura, olivos en un paisaje montañoso , era un complemento de la noche estrellada, una de sus obras más famosas.

Podéis disfrutar su obra visitando la Galería de Vincent van Gogh